El pasado febrero un satélite ruso y estadounidense se cruzaron "rozándose". Estamos descubriendo las consecuencias ahora

El pasado febrero un satélite ruso y estadounidense se cruzaron "rozándose". Estamos descubriendo las consecuencias ahora
el pasado febrero un satélite ruso y estadounidense se cruzaron "rozándose". estamos descubriendo las consecuencias ahora

Hace mes y medio la humanidad se libró de un impacto espacial por tan solo 10 metros. No se trataba de la colisión de un asteroide y quizás los efectos del choque no habrían alcanzado los efectos apocalípticos. Sin embargo debemos mucho a que la colisión de dos satélites del pasado 28 de febrero no se diera.


Asustados de verdad. La administradora adjunta de la NASA, Pam Melroy, analizó recientemente el incidente entre dos satélites que a finales de febrero casi deja una colisión espacial. Melroy explicó en su intervención en el 39º Space Symposium celebrado en Colorado Springs que el incidente asustó realmente a la NASA.


Un poco de contexto. ¿Qué sucedió exactamente el 28 de febrero? Durante la madrugada del día 28, la NASA anunció que dos satélites se acercarían peligrosamente mientras orbitaban a unos 600 kilómetros de altitud. Se trataba del satélite TIMED (Thermosphere Ionosphere Mesosphere Energetics and Dynamics Mission) de la propia NASA y el satélite espía ruso Cosmos 2221.


Ni estadounidenses ni rusos eran capaces de hacer maniobrar sus respectivos satélites para esquivar la posible colisión, por lo que solo cabía esperar. El anticipado encuentro se produjo finalmente a las 01:34, hora de la costa este de los EE UU (ET), las 07:34 hora peninsular (CET) y por fortuna ambos satélites pasaron de largo.


10 metros. Las primeras estimaciones calcularon que ambas sondas pasarían a una distancia de unos 20 metros entre sí. Una de las revelaciones que han ido dándose desde el incidente es la de la distancia a la que ambas sondas quedaron fue incluso menor, de, tan solo 10 metros.


El síndrome de Kessler. Podría parecer increíble que dos objetos puedan llegar a toparse en la vastedad de las órbitas terrestres empleadas por satélites y otros objetos como las dos estaciones espaciales que hoy en día nos orbitan. Sin embargo colisiones como la que se evitó en febrero son cada vez más probables.


El gran problema de estas colisiones no está en el choque en sí mismo (siempre y cuando este choque no afectara a un vehículo tripulado); el problema está en el llamado síndrome de Kessler: la reacción en cadena que un choque entre dos objetos podría causar en órbitas saturadas como la órbita terrestre baja (LEO).


Los escombros dejados por el impacto inicial quedarían en órbita, viajando a grandes velocidades y pudiendo impactar con otros satélites y objetos. Estos impactos secundarios generarían más chatarra espacial, también orbitando a grandes velocidades, aumentando la densidad de objetos descontrolados en órbita y con ello la probabilidad de nuevas colisiones. Los impactos no serían inmediatos, pero podrían poner en riesgo algunos de nuestros sistemas de comunicación.


Congestión espacial. El problema de base es el de la congestión de nuestra órbita. Una congestión que va más allá de la “chatarra espacial”, es decir, de aquellos objetos ya en desuso que continúan orbitando a nuestro planeta, desde objetos perdidos por astronautas en órbita hasta satélites al final de su vida útil.


El problema también abarca las nuevas constelaciones de satélites como Starlink o el proyecto Kuiper, entre otras futuras constelaciones proyectadas. El coste de enviar satélites al espacio ha disminuido considerablemente en las últimas décadas, especialmente a la hora de mandar satélites más pequeños (y en mayor cantidad).


La nueva era de las constelaciones de satélites artificiales ya supone un quebradero de cabeza para los astrónomos, pero puede acabar afectando también a los satélites. Especialmente si tenemos en cuenta que, por su antigüedad o por diseño, muchos de ellos no tienen capacidad de maniobra para evitar colisiones.


En este blog Aún no hemos colonizado la Luna y ya la hemos llenado de basura: hay hasta pelotas de golf abandonadas


Imagen Johns Hopkins APL/Steve Gribben


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